Sábado 2 de Agosto de 2025

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08/12/2024

Un año de Milei: el poder verticalista del ‘triángulo de hierro’ y su sostén en la política económica

Fuente: telam

En sus primeros doce meses de gobierno consolidó un esquema de poder concentrado. Junto a Karina y Santiago Caputo controla los hilos de la administración, entre traspiés e internas indisimulables. El rol central de “Toto” Caputo. Y el equilibrio en un Congreso fragmentado, con un vínculo cada vez más frágil con los aliados

>Javier Milei basó su campaña presidencial en demostrar que era diferente de toda la clase política en general, y del kirchnerismo en particular. Pero en el transcurso de su primer año de gobierno diseñó un esquema de poder verticalista al estilo de los Kirchner. Con la diferencia de que no son dos cabezas las que manejan los hilos del Estado y la política oficialista, sino tres.

La toma de decisiones está concentrada en ese grupo reducido, que se reúne innumerables veces por día en la Casa Rosada, o se comunica por teléfono cuando Milei se queda en Olivos. En general, Karina y Caputo están siempre en sus despachos, excepto cuando ella va al Congreso o él tiene una reunión fuera del Palacio. Milei suele ir los martes y los jueves, pero no es raro que aparezca en la sede gubernamental en otros momentos.

El jefe de Gabinete y la ministra de Seguridad, a su vez, integran la “mesa chica” que se reúne por la mañana los martes durante unas dos horas, casi sin excepciones y con una regla inevitable: que no salga del despacho una sola palabra de lo que se habló. Allí, el triángulo abre la deliberación a otros actores del Gobierno sobre los principales temas, en especial vinculados con la agenda del Congreso, aunque sólo una vez por semana. En las últimas semanas corrieron rumores de que estaba por suspenderse por cortocircuitos con Bullrich, pero en la Casa Rosada los niegan a rajatabla

En general, los tres integrantes de la cúpula mantienen en reserva sus respectivas agendas. Caputo y Karina nunca dejan trascender con quiénes se encuentran, excepto las contadas ocasiones en que tienen interés en que se sepa. Por ejemplo, cuando el primero recibió a Joaquín de la Torre, enemigo de Sandra Pettovello, mientras escalaba por primera vez el conflicto con la ministra de Capital Humano. O cuando Karina Milei se vio con Cristian Ritondo, en un momento donde había empezado a cultivar su perfil político por fuera de la órbita electoral (un plan que luego dejó de lado).

El caso de las actividades del Presidente, naturalmente, y sí se divulgan. Aunque frecuentemente no se avisan previamente, o se adelantan horas antes. Pocos conocen los planes del Presidente, y esos elegidos muchas veces también se enteran prácticamente sobre la marcha. Es el culto al hermetismo en el manejo del poder.

Y los propios hermanos tienen controversias, como durante la campaña, que siguen guardando bajo siete llaves. Siempre se reconcilian. “Son uno. Pueden discutir, pero se dicen todo en la cara y siempre pasa”, dijo un funcionario que conoce el vínculo de cerca. Con Caputo, aunque no integre el clan familiar, la simbiosis es similar. “Tuvieron desacuerdos, sí. Pero nunca se van a pelear. Quien diga que están peleados está operando una mentira”, juró un asesor.

En este diseño de poder quedó totalmente excluida la vicepresidenta, Victoria Villarruel. Pero hay matices en el vínculo con los miembros cúpula del Gobierno. El Presidente mantiene distancia con la titular del Senado, pero la relación no está quebrada. Mientras que con su secretaria general y su asesor más cercano, el vínculo es más escabroso: hacia la vice no sólo sienten desconfianza sino, también, encono, y no parece haber posibilidad de reconciliación.

A pesar de que llegó al poder como un outsider, Milei tiene internas palaciegas al igual que sus predecesores, que generaron una serie de intempestivos cambios en el joven Gabinete libertario. La mayor parte se precipitó durante los primeros meses del año, con picos de crisis durante las eyecciones del ministro de Infraestructura, Guillemo Ferraro; y del jefe de Gabinete, Nicolás Posse, que había quedado en la mira de Santiago Caputo por el manejo de las empresas públicas.

Esas salidas favorecieron a sus alfiles predilectos: la del primero amplió el rango de facultades de Toto Caputo, que quedó a cargo de un súper ministerio. La segunda abultó aún más el nivel de influencia del consultor, que maneja el destino de las sociedades del Estado a través del interventor, Diego Chaher.

También tuvieron una serie de traspiés administrativos, y políticos. Primero, internamente, con el aumento de sueldos con el que Milei tuvo que dar marcha atrás y dar el ejemplo con el desplazamiento de funcionarios recién arribados a la adminstración. Después, con los fondos para las universidades y los jubilados, que lo forzaron a vetar leyes ajenas y negociar para sostener esos vetos. Y más recientemente con la búsqueda de acuerdo para un Presupuesto con la oposición para 2025, que por ahora quedó descartado. En todos esos casos, Milei se mostró intransigente y logró sostener sus posturas con apoyo de los aliados, o a pesar de ellos, en el caso de la ley de leyes.

Milei se propuso dos metas: bajar la inflación y restaurar el orden público. Dos mandatos de las urnas con los que, está convencido, arrasará en 2025. Pero en este período necesitaba demostrar capacidad de gestión y poder engrosar sus escuálidas filas en el Congreso. Para eso estuvo -y sigue estando- obligado mantener más o menos saludable el vínculo con los aliados (aunque muchas veces dé señales de que no le resulta primordial). También, a generar nuevas alianzas con un partido que en el inicio de la administración no se veía venir, el PJ, al que en ocasiones parece privilegiar por encima del macrismo, al punto de que el volátil vínculo con el PRO está en su peor momento.

El gobierno de Javier Milei nació con la promesa de romper con “la casta”, pero en la práctica aplica dinámicas del ejercicio del poder y de negociación política que están lejos de ser originales.

Fuente: telam

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