Miércoles 30 de Abril de 2025

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02/09/2024

¿Por qué obedecer? Y... ¿cómo no hacerlo?

Fuente: telam

Porque estamos subyugados, por miedo, por necesidad... ¿por qué seguir lo que nos dicen? El filósofo Georges Didi-Huberman hace una historia de la obediencia. Y llama a no decir que sí sin pensar, ni decir que no porque sí

>Hace algún tiempo vi, escrita en una pared, la frase: “¿Qué harías si fueras libre?”. Me dio un sacudón por dentro, como cuando algo en el pecho da un saltito. ¿Qué me preguntás qué haría si fuera libre? ¿Cómo, no soy libre? ¿No soy una adulta que vive en una sociedad no totalitaria, que toma sus decisiones, sujeta solo a las consecuencias de esas decisiones? Y si era tan así ¿por qué me interpelaba esa pared?

Didi-Huberman es un historiador del arte, filósofo y ensayista francés, nacido en 1953. ¿Por qué obedecer?, en realidad, primero fue una charla que el autor dio en una serie de “pequeñas conferencias” para chicos que se organizaron en Montreuil, un suburbio de París.

Pero los adultos, les advierte, están obligados a obedecer mucho más. Y no es fácil saber por qué o para qué. Por eso, les dice a los chicos, unos y otros tendríamos que reflexionar bien para no obedecer ciegamente jamás, ni desobedecer porque sí. Y tener mucho cuidado cuando creemos que tomamos decisiones libres pero, en verdad, estamos obedeciendo.

Didi-Huberman va a terminar diciendo que no hace falta ser malísimo para causar daños tremendos sino que alcanza con ser obedecido... u obedecer. Para eso apela a Hitler y el nazismo. Sí, estaba Hitler pero ¿por qué siguieron sus ideas macabras, por qué las convirtieron en hechos de sangre y de dolor?

Y tiene una hipótesis: “Dicen que sus discursos eran fantásticos”. Que tenía una tremenda energía, con promesas de odio y destrucción. Que subyugaba. Atención a esta palabra: subyugaba, ponía bajo el yugo. Dominaba.

Claro que no eran todos los subyugados, no es obligatorio creerse lo que dice un gritón ni —lo sabemos bien— los gritos serían más que ruido si no hubiera graves situaciones de fondo. En la Alemania nazi, pese al peligro real que eso significaba, hubo pensamiento crítico. Didi-Huberman señala a un artista, John Heartfield, que hizo retratos paródicos de Hitler. Lo mostraba lleno de monedas, que había tragado.

“Entre el faraón que decide y el esclavo cuyo trabajo se explota, hay toda una red de arquitectos, jefes de obra, capataces y funcionarios que encarnan la cadena de obediencia necesaria para cumplir una orden abstracta, incluso arbitraria, dada por el soberano”, escribe. Una arquitectura de la obediencia.

El filósofo después habla de Eichmann. Desde un escritorio, dice, organizó la masacre de los judíos de Europa. Cuando, después de la guerra, lo juzgaron, la filósofa Hannah Arendt presenció su proceso y luego escribió “un libro célebre en el que refuta la idea de que ese hombre fuera un ‘monstruo’, un criminal nato, un puro y simple bárbaro. No, Eichmann era un hombre banal, un hombre que obedece, que ejecuta”.

Al mismo tiempo que se hacía el juicio a Eichmann —en 1961— el psicólogo estadounidense Stanley Milgram hizo, en la universidad de Yale, el experimento del que te hablé antes. El 63 por ciento siguió adelante dando y dando mayor voltaje.

Había una autoridad, se obedeció, punto, la autoridad sabrá. De eso se trata, de hacer el mal sin ser “malo”, sólo por ser obediente.

Por estas cosas, además de por lo mal que se puede sentir cada uno, es que vale la pena parar la pelota y pensar si hay que obedecer o no hay que obedecer.

Hay muchas razones por las que no podemos desobedecer, pero eso no quita que, en muchas ocasiones, sí podemos hacerlo. Podemos decidir, decir “no” y evitar que el mal ocurra a nuestro lado como si nada.

Muchas veces pienso en una persona muy amada que estuvo a mi lado cuando yo estaba enferma. Se acostó conmigo en la camilla de la quimioterapia. Cuando la enfermera le dijo que tenía que salir respondió “bueno” y se quedó. “No recibo órdenes”; me explicó. Porque las órdenes te la pueden dar, pero recibirlas es cuestión de cada uno.

1. “El paroxismo afectivo de los discursos encendidos de Hitler y las aclamaciones entusiastas de su público conduce a un paroxismo efectivo, que lleva a las personas a obedecer a una violencia total, masacrando a poblaciones enteras, incluyendo a mujeres y niños”.

3. “Ni siquiera tuvo que entusiasmarse con los discursos seductores de un líder: bastó decirse a sí mismo que, si un psicólogo universitario le pide hacer una descarga de 450 voltios sobre alguien que no conoce, es porque ese profesor –con su autoridad, su legitimidad, su carisma científico– sabe lo que hace y debe tener razón, aunque contradiga los valores morales y la empatía más elementales”.

4. “Ya sea bajo un régimen liberal –como se dice–, o bajo un régimen dictatorial, la sumisión ciega a la autoridad conduce a las peores cosas”.

6. “Simplemente quiero decir que no hay que obedecer ciegamente. Que tenemos que abrir los ojos, juzgar por nosotros mismos, analizar y discernir acerca de lo que es bueno o malo obedecer”.

* Este artículo reproduce el newsletter “Leer por leer”. Ediciones anteriores de este newsletter están recogidas* Si querés contarme algo de lo que estás leyendo, escribime a Hasta la próxima,

Fuente: telam

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