ESPECTÁCULO
18 de enero de 2024
ARI PALUCH CUENTA SU VERDAD A HORAS DE SU REGRESO A ROCK AND POP
LUEGO DE PASAR AÑOS TERRIBLES, ACUSADO DE TOCAR A UNA COMPAÑERA SE EXPLAYO EN EXTENSO EN ESTA NOTA CON INFOBAE
Llegó a ser el hombre más escuchado del país hasta que un hecho lo alejó de los medios: “Toqué fondo y tuve miedo de quedar sin nada”. Hoy, siete años después, y de regreso a la Rock&Pop con Arizona –”donde mi vida comenzó”–, revela el tránsito íntimo del que dice: “Nadie vuelve igual”
En definitiva, de “regresos” se trata. Alguno llevará el ambiguo tinte de, según señala, “el golpe, la lección y la resiliencia”, que pareciera diluir cierta “condena mediática” tras “una penitencia de 7 años”. Y otro sabrá a las briosas apuestas de los ‘80 en el reencuentro con el mic más irreverente. Pero en todo caso, el destino es el origen. Hoy, su vuelta a la Rock & Pop (95.9) en Arizona –”con la nobleza que supone estar dispuesto a ser mejor de lo que era”– presta la excusa para una charla que apunta a escuchar sin juicios, con revisiones, más de una reflexión y conclusiones a piacere del lector. Es entonces que, en ese contexto, Aarón Fabián Ari Paluch (61) elige comenzar por la escena de una génesis con marco histórico (para sí y para la urbe) y, al decir de las creencias populares, un buen augurio.
Ari Paluch (61) y Mario Pergolini (59) frente al micrófono de "Feedback" en la Rock & Pop (1985-1989)
1985. Del otro lado de la ventana de ese bar de Cabildo y Juramento, la lluvia del siglo, como llamarían luego al temporal que dejó más de 300 mililitros de agua en las calles de la ciudad. Adentro, Paluch, estudiante del Instituto Grafotécnico, y Mario Pergolini (59), por entonces asistente de Alejandro Rozitchner (64) en Todo mal (Radio Belgrano) y cadete en una compañía de tiempo compartido, pergeñaban una posibilidad. “Fue una cita a ciegas coordinada por su jefe, que además era mi amigo. Y no faltó el típico chiste de la flor en el ojal para identificarnos”, recuerda de aquel 30 de mayo. “Él, con contactos de sobra, buscaba un periodista que supiese de música y yo dejar la juguetería de mis viejos en Lope de Vega y Beiró. Por lo que ese llamado nos hizo muy bien a los dos”. Tres meses después, el ciclo Feedback nacía en Continental y tras su paso por FM Ok, en 1987 y apadrinado por Daniel Grinbank (69), desembarcó fuerte en la Rock&Pop siendo el primer programa en vivo de la emisora. Estos “animales de radio”, como los definió el empresario, que lideraban audiencias trabajando gratis durante 3 meses y hasta en Noche Buena, no tenían más de 25 años y estaban a punto de knockear, para siempre, los convencionalismos del éter.
Ari Paluch, Mario Pergolini, Eduardo de la Puente, en los estudios de Rock & Pop
Habla de “contemporaneidad” justificando la suerte de, por ejemplo, merendar al aire con Charly García (72) y Carlos Alberto el Indio Solari (74), sumarse a una gira de Soda Stereo o recibir el demo de Vení Raquel (LosAuténticos Decadentes) o de El ritual de la banana (Los Pericos). Nada resultó ser tan casual. Estos hit pickers, tan venerados por las discográficas, eran hijos de la melomanía. Y en tanto fue una gran razón. Hasta los 12, cuando descubrió a Pink Floyd, Mario sólo había escuchado jazz y música clásica. Y Ari cargaba las influencias de Alan Parsons, Yes y Génesis, no solo sabía darse el gusto de pasar temas de 20 minutos, inadmisibles en cualquier emisora, sino también de conseguirlos. “Ese es mi recuerdo favorito: ¡Yo salía a comprar los discos de la Rock&Pop!”, destaca. “Con los 2 mil pesos mensuales que me asignaban, pasaba horas entre las bateas de los vinilos en la Disquería Rock’N Freud y negociaba muy bien los Maxi con el Ruso Verea (Norberto Verea, 66). Que a pesar de ser un heavy, ¡tenía mucho de dance! Fueron años que abrieron grandes puertas”, cuenta dispuesto a rastrear la raíz de tal fascinación.
Ari Paluch (61) y Mario Pergolini (59) frente al micrófono de "Feedback", en la Rock & Pop (1985-1989)
Ari Paluch (61) y Mario Pergolini (59) frente al micrófono de "Feedback", en la Rock & Pop (1985-1989)
Ari Paluch (61) y Mario Pergolini (59)
Ari Paluch (61) y Mario Pergolini (59)
Música y radio sería el binomio perfecto de un futuro que se fraguó en soledad. Porque como dice, “He sido un chico muy solitario”. Y, paradójicamente respecto de un camino que no imaginó posible, “más que tímido”. En ese mundo interior sobraban las gambetas de jugadores construidos con las regletas de Cuisenaire que las maestras usaban para enseñar matemática. “Aunque en silencio, vivía en un relato de partido constante”, explica sobre una pasión que derivó en un brillante ingreso a la Escuela de Periodismo Deportivo. Y en ese universo tan privado, había dos aliadas: la radio, claro, y una bandeja Technics. La primera fue su conexión con el mundo, literal y figuradamente. “Los medios, apretados por la dictadura, no decían la verdad. Y yo, siempre explorador por demás, necesitaba saber qué pasaba en mi país. Así me convertí en un diexista (aficionado a las emisoras lejanas o exóticas). Escuchaba Radio Nederland, BBC o Deutsche Welle, que me contaban la triste realidad detrás de la guerra de Malvinas, por ejemplo. Siempre se mezclaba la curiosidad, la necesidad de información y la música”, suma. “Recuerdo como mi lugar de ensueño el living a oscuras, con la luz roja de la bandeja estroboscópica como única referencia y las canciones que aún hoy pongo en la radio, sonando por horas”.
Aarón Fabián "Ari" Paluch, en años de su infancia
Sí, todos sus programas están musicalizados por ese chiquito que hacía convivir discos de Alta tensión y de Sui Generis o los recitales de Alma y vida con un show de Joan Manuel Serrat (80) o de Pipo Mancera (1930-2011). Un eclecticismo que debe a Gabo, como llama a Gabriel Paluch (65), su único hermano y “la figura paterna de la que me aferré en tiempos difíciles”, define. Se refiere a la ausencia de su padre. Abraham Paluch (fallecido en 2007), que era viajante de comercio y la distancia de casa cambiaba los ánimos de Beatriz Glusman (fallecida en 2011). “Mi vieja, tan idishe mame, preocupada y siempre temerosa, vivía pendiente de que el teléfono de la vecina sonara y papá, de quién sabe qué ruta del país, le avisara que todo estaba bien. Mientras nosotros, tal vez, destrozábamos alguna porcelana jugando con la pelota en medio del living. A ella también le pesaba esa soledad y, por lo general, yo la percibía muy triste… Uno va entendiendo todo eso que solía cuestionar, ya pasado el tiempo”, recuerda. Después de todo, ella, que había crecido frente a la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina, sobre la calle Pasteur), nunca logró adaptarse al barrio de Flores, al que la hicieron ajustar amarras a partir del matrimonio, y donde se sentía “abstraída y timorata”.
Ari Paluch, con 13 años en su Bar Mitzvah en el Gran Templo Paso, junto a sus padres, Abraham Paluch y Beatriz Glusman, y su hermano Gabriel, 4 años mayor
Para ese entonces, “la cosa estaba un tanto calma”. Porque Ari subraya el inicio del período menos feliz a sus 5 años, cuando “papá se estroló económicamente”, relata. Abraham había inventado un juego llamado ‘Jugando con papá’ (tablero de madera terciada que simulaba una cancha de fútbol sobre la que se disponían fichas que representaban los equipos) con el que auspiciaba El show de Hijitus. Ari todavía rememora esas tardes de compañía en el viejo Canal 9, deslumbrado por esa chica a la que todos llamaban Hada Patricia. Y un día la suerte cambió. “El nivel de vida se nos desplomó tanto que debimos mudarnos a casa de mis abuelos”, dice de aquella que mencionó frente a la AMIA y que de sólo pensarla evoca la fobia a las ratas que nació de aquellas tantas que lo atormentaban desde una obra en construcción contigua. “Entre tanto, y de acuerdo a esta constante que ha sido en mi vida eso de que cuando viene lo bueno llega todo junto y cuando viene lo malo, también, a mamá la atropelló una bicicleta”, cuenta. “Las fracturas de cadera, en aquella época, eran una tragedia. Por lo que quedó postrada en una cama durante 9 meses”.
1994. Ari Paluch y sus padres, Beatriz Glusman (fallecida en 2011) y Abraham Paluch (fallecido en 2007)
La angustia se pegaba a la piel. “Papá estaba tan preocupado, tan atribulado por la falta de laburo, que de paseo con él en el intento de obtener un corretaje, una señora le gritó: ‘¡Señor, se olvida a su hijo en el colectivo!’ Ese chiquito era yo”, revela. ‘Cuántas veces habrá pensado: ‘¿Cómo les doy de comer?’… Porque, en realidad, comíamos de lo que mis abuelos nos daban”. Sigue sacando recuerdos como de un mazo. Para entonces, en el marco de “una Argentina muy próspera”, los Paluch habían conseguido una beca en un prestigioso colegio de la colectividad judía (al que, de grande “y agradecido”, Ari le hizo una “donación bastante importante” para evitar su cierre) y eso dejaba sobreexponía las diferencias. “Los últimos días, mis compañeros se despedían contando que se irían a Miramar, a Mar del Plata, a Punta del Este… Y yo, al patio de mi abuela. Al menos conscientemente no registraba ese sentimiento como envidia, pero yo sabía que no estaba al nivel de ellos. Me sentía muy solo y diferente”, subraya. “Todavía me veo sobre mi bicicleta atravesando algún camping, porque ese era nuestro gran veraneo, haciendo radio. Porque mentalmente, y abstraído del mundo, hacía radio. Esa era la manera que encontraba de sentirme acompañado”.
Ari Paluch y sus comienzos
El 98 llegaría con un volantazo definitorio en su rumbo profesional. Marcelo Tinelli (63), por entonces dueño de Radio Uno, no sólo le daría la dirección artística de la emisora sino también el micrófono de la actualidad. Pero no sin antes despedirlo. “Yo ya trabajaba con él. Y una madrugada, haciendo uso de la libertad que siempre me dio para musicalizar, puse un tema de Actitud María Marta en el que se decían algunas malas palabras”, cuenta. “Claro, Radio Uno era Maná, era Arjona… Yo no le hice mucho caso. Y él me echó. Le pedí: ‘Dale, che. Se viene Yom Kippur (Día del Perdón, el más sagrado del año judío)… Pero no hubo caso. Aún hoy sigo creyendo que merecía otra sanción, pero él era el jefe. Me echó. Y lo pasé bastante mal durante un tiempo”. Meses después, el teléfono volvió a sonar. Jorge Pizarro dejaría la conducción de La Batidora y Marcelo volvería a creer en Paluch. Aunque no sería hasta alzar su primer Martin Fierro, por aquel ciclo, que llegaría el “emocionante” abrazo de la expiación. “En ese preciso momento, Marcelo me dijo algo así como ‘ya está’. Y entendí que, entre nosotros dos, finalmente todo estaba compensado”, asegura. Habla con gratitud de “padrinazgo” y de “oportunidad”, pero reconoce al periodismo de beta política como una pasión solapada y nacida ya en las mesas “con grieta y antinomias” en las que su padre discutía con su primo peronista. En una casa en donde “los martes eran de El Gráfico, los jueves de Gente, todos los días de Clarín” y la curiosidad perenne. “Ese exitazo”, luego se llamaría El exprimidor, y debutaría el mismísimo día del cumpleaños del anfitrión de Bailando (América), instalándose como una marca extendida a lo largo de 9 emisoras y de más de 20 años.
Había sido ya el más escuchado del país y atesoraba 6 ciclos ciclos televisivos. Galardones sobraban. Y hasta una placa que reza ‘Parlante porteño’ pendía en Suipacha 414 (Radio Latina) como homenaje de la Asociación Amigos de la Calle Corrientes por su trayectoria mediática. “Hacía radio de 6 a 10 y de 18 a 20. Y televisión, en A24 Mediodía (A24), de 12 a 14. ¡Una locura! Me estaba yendo tan bien que, por ese entonces (2017), mi gran preocupación era encontrar el modo de, aunque agradecido pero extenuado, explicarle a mi jefa que al año siguiente ya no quería hacer la tarde a sabiendas del impacto que eso tendría en la afortunada facturación de El exprimidor”, cuenta. “El estudio de A24 era cama caliente. Mientras un conductor arrancaba a leer títulos, al anterior iban quitándole el micrófono. Todo con prisa y en absoluto silencio. En ese contexto, hice así (muestra un ademán), la microfonista con quien tenía cierta confianza (pero para nada que no fuese trabajar juntos), justo se corrió y mi mano fue cerca de su trasero. ¡Ese fue mi gran error!”, dice con ironía. “Inmediata y conscientemente, como buen taurino, le pedí perdón. Y creo que ella me dijo algo así como: ‘No pasa nada’. Aparentemente, la cosa había terminó ahí. Pero a los pocos días (autoridades del canal) me advirtieron de que había determinada situación (reclamo interno de la trabajadora en cuestión) y para evitar generar más problemas, ofrecí rescindir mi contrato”. Las imágenes de aquel momento, captadas por las cámaras se seguridad, se viralizaron con celeridad siendo análisis de todos los paneles, “como si se tratase del VAR analizando una jugada para determinar si fue o no fue gol”, describe. “Salvo algún mala leche (porque qué ojo tiene el pervertido que cree que todos son como él) todos podían ver, con suma claridad, que se trató de un movimiento totalmente involuntario por el que, instantáneamente, pedí disculpas”.
“Frente a ese tape que, en cuestiones de audiencia, ya no movía la aguja, hubo que salir a buscar gente”, apunta Paluch respecto de las 7 mujeres que expusieron públicamente antiguos testimonios de acoso y destrato en su contra. “Así aparecieron personas, algunas hasta desconocidas por mí, que me destrozaron”, dice subrayando la inexistencia de denuncias formales y, por ende, ninguna causa que afrontar. “Acoso claramente no hubo, de lo contrario me hubiesen llevado a la Justicia. Y el destrato es subjetivo”, dispara. “Muchas veces pensás que quien está en tu equipo te entenderá rápidamente... ¡No siempre es así! Hay mucha gente con el culo pesado y son precisamente quienes suelen tratarte de hinchapelotas. Para ellos, ser ‘soberbio’ es creer que el otro va a poner tanta garra como uno. Pero me conforma saber que muchos de quienes trabajaron conmigo, hombres y mujeres, hablan de ‘La escuelita Paluch’ con tanta gratitud que aún hoy siguen pidiéndome laburo”, se jacta.
“En primer lugar, entendí que si a cualquiera de nosotros nos llaman de un programa de televisión, vamos. Segundo, pude asimilar que no les caí bien pero, al menos voluntariamente, yo no les hice ningún daño. Y tercero, me parece que se ha banalizado algo que realmente sigue siendo muy grave en la Argentina”, enlista. “Y todo coincidió con el Me too (movimiento iniciado en octubre de 2017, a modo de hashtag y a través de redes sociales, para denunciar el acoso y la agresión sexual a raíz de las acusaciones contra el productor estadounidense Harvey Weinstein). Entonces un amigo me dijo: ‘Robar hubiese sido mejor en esta época’. En fin, me tocó a mí”. Paluch está convencido: “Todos tenemos manchas y errores, pero yo fui marcado en representación de todos. Y no existió un padrino que me defendiese como a otros colegas y a grandes figuras que hay tenido situaciones gravísimas, escandalosas, brutales, delictivas. El nivel de exigencia que se me vino encima no fue el mismo que para el resto. A mí me acercaron al banquillo del acusado y no me voy a sentar”.
El Día del Periodista 2018 –”fecha, además, del cumpleaños de mi mujer”, acota– Ari publicó, en Infobae un texto en el que expresó: “Afortunadamente a lo largo de mi carrera puedo contar por centenares a compañeros y compañeras de trabajo con las que a través de los años me relacioné y me sigo relacionando con afecto y camaradería. Pero hubo algunos casos donde esto no ha sucedido. Es por eso que quisiera expresar mis más sinceras disculpas a aquellas personas que se sintieron acosadas laboralmente por mí. Muchas veces en el afán por resultar gracioso, piola, seductor o simpático, producto de inseguridades e ingenuidades, actué mal, a la hora de proferir dichos desafortunados, altivos y carentes de cortesía”. Y sumó: “Nunca me propuse acosar a nadie, lo que no implica que algunas personas experimentasen esa horrible sensación. Nunca abusé de nadie ni ofrecí ventajas laborales a cambio de favores de ninguna índole. Creo fervientemente en el consenso mutuo para cualquier relación, pero también pienso que debí haber obrado con mejores modos, porque la ansiedad, la intensidad y la carencia de empatía arrasan con frecuencia al debido respeto”. Finalizando, “Todo este tiempo fuera de los medios me ha ayudado bastante, tal vez lo suficiente para intentar superar la resistencia a aprender del error y para no dejarme tentar por resentimiento alguno, sentimiento que es comparable con la acción de llevar una brasa en nuestras manos que inevitablemente nos termina quemando”.
Dice no haber intentado jamás contactarse personalmente con ninguna de esas mujeres. Que podría empatizar o, al menos, entender a dos de ellas, “en definitiva a las que conozco y con las únicas con las que trabajé manteniendo una muy buena relación”. A una, “la crucé hace unos años y me saludó como si nada”. Con otra, y en términos de explicar añejas y a cordadas dinámicas, “mantenía al aire un juego en el que éramos esposos de oficina”. ¿Sus dichos y acciones pudieron haber incomodado? Lo admite. Pero, y en definitiva, insiste: “¿Es justo evaluar escenarios o contextos de hace 20 años con el criterio o la mirada de hoy? ¿La televisión de estos días admitiría a Pepe Biondi (1909-1975) o a Alberto Olmedo (1933-1988)?”, pregunta. “Lo único que pudieron dejar fue El Zorro”. Paluch considera indefectible su cambio de mirada. “Ya hay cosas que no haría ni diría frente a una cámara, a un micrófono o ni siquiera en un twit. Y, por supuesto, erradiqué, como muchos de nosotros, el humor sexista. Un humor al cual solíamos recurrir los que hemos sido tan tímidos, tal vez, para sentirnos más piolas. Eso del conductor canchero que hacía chistes subidos de tono y la locutora que se subía a esa joda, es de otra época. Está muy claro”, reconoce. “Nadie sale igual de lo que viví. Pero tampoco voy a hacerme cargo de lo que no hice. O sea, ‘aquí estoy y te pido disculpas si te incomodé’, pero nada es tan grave como para bancarme este desierto”, sintetiza. “Aquí hubo una desproporción enorme entre lo que hice y lo que tuvo como consecuencia… ¡Han paso 7 años!”, enfatiza. “Entonces me parece que la penitencia debe generar aprendizaje pero también tiene que redimir”.
Y volviendo a esos finales de 2017, “repito, sin absolutamente denuncia o causa legal alguna, se terminó mi contrato en la radio y mucho más que eso”, dice. “No me quedó otra que llamarme a silencio, a la reflexión y empezar de nuevo trabajando la resiliencia. Transité lo que me tocó disponiéndome a ser mejor de lo que era. Porque ahí, en la evolución, está la verdadera nobleza”, señala reconociéndose damnificado. Fueron 10 meses de desempleo, “mirando el reloj, el techo y Netflix”, cuenta. “Pasé de una vida con ritmo vertiginoso y dos sueldos, a quemar mis ahorros y, principalmente, a no poder hacer lo que más me gusta: radio. Solo yo sé las que pasé”. Las primeras propuestas tardaron en llegar. “No tenés idea en los lugares en los caí durante los últimos 7 años… Espero que nunca te toque”, descubre. “Laburé en radios que, literalmente, no se escuchaban. Por ahí, cuando me quejaba, me decían: ‘Ah, pero vos empezás a las 6 de la mañana, el técnico no viene hasta las 8′. Y me había levantado a las 4 para trabajar”, recuerda. “Muchas cosas me indignaban, me enojaban, porque era tan alevoso. Yo estuve tres años respondiendo a consignas increíbles. Y esas también eran lecciones de Dios: ‘¿Así que te llevabas el mundo por delante?’ Ahora fumáte a este dueño de radio diciendo ‘sí, señor’. Quisiera saber cuál de todos los humildes hubiera aguantado tanta cachetada”, se pregunta. “Pero había que salir adelante. Eso me había enseñado mi viejo, quien, aún en el punto más álgido de sus preocupaciones, finalmente no me olvidaba en los colectivos”.
Ari Paluch frente al micrófono de "El exprimidor" en Radio Colonia
Su condena, cancelación o “penitencia” como refiere, “fue mediática, no social”, así lo siente. “Una noche, Matías Alé (46), que me había invitado al teatro, me dijo: ‘Ari, la gente te quiere mucho. Aprovechá eso’. Y nunca dejé de recibir el cariño de la calle: ‘¿Cuándo volvés? ¿Dónde puedo escucharte?’ Mis pobres oyentes necesitaban un GPS para seguirme…”, bromea en serio. “Soy alguien que todos los días, ejerciendo el periodismo muy directamente, emite juicios de valor. Toca intereses. Dice cosas que a muchos no les gusta escuchar. Y, sin dudas, fui ‘un tipo menos que jode en este medio’. Un medio muy carente”, sentencia en referencia de ciertos sectores a los que le servía su relevo. “Alguien muy exitoso de la radio, a quien no voy a nombrar, alguna vez me dijo: ‘Mi sueño es que mientras hago mi programa, en el resto de las emisoras haya ruido blanco’. Y es lo que sucede. Si generaste ciertas antipatías, cuando caes en desgracia, seguramente habrá gente que se ponga contenta y enfatice las críticas”, afirma. “Y todo, claro, en el contexto de semejante movimiento social que, obviamente, celebro. Es justo que haya equidad. Pero al principio, después de tantos años de opresión, de desigualdad y hasta que el péndulo se acomode, la energía arrasa con todo. La tormenta jamás pregunta qué árbol tirar”.
Fueron años de “trabajar solo para estar ocupado” y de aprender a vivir “sin apegos ni certezas en lo material, algo letal para un taurino tan estructurado en las finanzas”, define. “Toqué fondo. De a poco fueron desapareciendo las vacaciones y las comidas afuera. Luego debí vender mi casa de fin de semana. Vendí el departamento de la playa. Y vendí el pozo en el que habíamos invertido para mi hijo”, enumera. “Lo pasé tan mal que hasta me atormentaba pensar qué tipo de vejez me esperaría. Porque tuve miedo de quedarme sin nada”. Varios empresarios de las comunicaciones “que elogiaban mi trabajo” solían decirle “bancame, bancame un poco más”, recuerda entendiendo el “temor lógico”. Porque, claro, “el tema era los auspiciantes”.
Ari Paluch con Beto Casella y Martín Ciccioli
Aún así, y según dice, “nunca creí en el final de mi carrera” porque “después de todo, vivimos en un país donde gobernó gente que ha robado millones”, concluye. “Muchos se acercaron dándome consejos, pero no soy emprendedor. A mí no me salía crear Neura, como hizo Alejandro Fantino (52). Solo no me resulta fácil”. Asimismo, y en tren de talentos, Paluch asegura que “además de periodista sólo podría ser una sola cosa: redactor publicitario. Soy creativo, siempre escribí la artística de mis programas y no dejo de cranear ni en diálogos con políticos. Así me pasó con Javier Milei (53), cuando le recomendé una frase al aire. Él hablaba de dolarización y le dije: ‘Che, Javier, tu slogan podría ser ‘Argentinos, saquémonos un peso de encima’. Me gusta jugar con las palabras”, cuenta. Tal cual lo hizo a la hora de elegir Arizona para su ciclo (de 6 a 9, Rock&Pop): “Pensando en la ‘zona de Ari’, el estado de las fronteras, ‘tu pasaporte a la radio’ o ‘lo que hay de cierto en el desierto’”, explica.
La soledad y otros sentires se habían instalado cerca. “Al principio fue difícil. Tu mujer, acostumbrada a que no estés, te tiene todo el día en casa... Y no hay forma de no sentirte frustrado ni incomprendido. Sólo mi psicólogo y yo podíamos entender lo que pasaba aquí adentro. El resto, acompañaba”, dice Paluch. “Pero, a fin de cuentas, conservaba la mayor de mis fortunas. Porque no importa cuántos metros cuadrados tenga tu casa, sino con quién la compartas. Esa es la síntesis de todo ese tiempo”, argumenta. “Yo sabía que ahí había un hogar, con discusiones y discrepancias, claro, pero en el que nos elegíamos todos los días. Siempre pienso que lo mejor que me ha pasado ha sido mantener a mi familia”. Entonces recuerda esa primera charla cuando todo explotó. “Reuní a los tres para ponerlos al tanto de lo que había pasado y les anticipé no sólo lo que ya estaban diciendo, sino también lo que sucedería luego. Claro que no faltaron los ‘¿Hacía falta ese chiste?’ o ‘¿Era necesario ese comentario?’ Pero no más que eso”, relata. “Nico (Nicolás Paluch, 27, periodista deportivo) soltó una frase que, para mí, vale más que mil charlataneadas: ‘Yo te creo a vos, viejo’, me dijo. Martina (23, periodista), es mi deconstructora personal. Y Caro (Carolina Crivellini), la más involucrada en que yo logre triunfar como pareja y como profesional”, define.
Ari Paluch y Carolina Crivellini, más de tres décadas juntos
Carolina Crivellini, esposa de Ari Paluch, astróloga y tarotista
Ayer le dijo “Me gustás más que el primer día”. Hoy lo confirma: “La amo más que el primer día”. Esta “geminiana procrastinadora” que estuvo “a un pelito” de recibir el título de Profesora de Educación Física, y de otras tantas metiers, finalmente se decidió por la Astrología y el Tarot, ocupando, además, el panel de columnistas de su marido, en el ciclo anterior de Radio Rivadavia. “Caro no es sólo mi motor, es todo”, determina Paluch. “Si durante o después de lo que atravesé, me habría separado, no hubiese disfrutado ni de un llamado de la BBC”, asegura. “Sí, yo pude enfrentar y puedo seguir enfrentando lo que venga. Pero definitivamente sería incapaz de no tener conmigo al amor de mi vida”. Son “socios en todo, excepto en las canchas de tenis, donde ella es mejor que yo y por eso peleamos”, bromea. El conductor jura que su “interesante lado femenino”, ese que tiene que ver con “mi sensibilidad”, se complementa muy bien con Carolina. En especial, “cuando ella se compra ropa solo si estoy ahí para aconsejarla”. En fin. Crivellini pasó madrugadas enteras tipeando los manuscritos de El combustible espiritual (libro que precedió a El combustible espiritual 2, Corriéndose al interior, 60 píldoras sin fecha de caducidad y La cuenta progresiva), que surgió de una introspección tras el ‘usted no puede tener tanto ego’ de parte de una estudiante en medio de una charla y que coincidió con “lo mal que pegaron los 40″, señala. También fue artífice de un viaje a Chile en pareja, casi de retiro, el mismo día en que él presionara el ‘enter’ que publicó aquella carta de descargo. Y la compañera de esta nueva búsqueda espiritual que, en 2017, lo subió a un avión con la promesa de una cita especial.
Ari Paluch, Carolina Crivellini y su fiel amigo Kobe
Sin la solvencia suficiente para afrontar los gastos, Ari aceptó la invitación de Claudio, uno de los tantos “y grandes amigos” que, durante todos estos años, fomentaron su conexión consigo mismo en pos de su “rearmado interior” en ese vaivén de situaciones en las “al momento de intuir que todo se encaminaba, pasaba algo que me volvía a tirar”. Fueron 2 días en Miami, donde “aún creyendo que nadie resolvería nada”, se entregó al encuentro con una señora que prestaba su ayuda a través de ciertas mancias. Sería una de las primera en la lista de varias referencias que irá enumerando. “Tuve muchos maestros. Entre ellos, Beatriz Berro. Una genio que me adentró en Un Curso de Milagros”, cuenta en referencia al plan que guía en el camino de la iluminación, utilizando la herramienta del perdón para trascender el mundo, reencontrarse con Dios y lograr conciencia plena del amor en la propia vida. “Una historia magnífica de doblegación del ego”, sintetiza. “Esta casa en la que estamos teniendo esta entrevista es alquilada. Aquí, por lo general, no vive nadie. Y al entrar, solo encontramos un libro. ¿Cuál era?: Un Curso de Milagros (de Helen Schucman, Bill Thetford y Kenneth Wapnick, 1978)… ¡Increíble!”, subraya, tal vez, considerándolo una señal.
Claro que en un camino formal, Paluch encontró “especial” cobijo en el diván. “Hago terapia con un doctor en psicología, cristiano y descendiente de armenios. Algo que resulta muy interesante porque en las sesiones se combina mucho del análisis con el mundo espiritual, inspirados en la resiliencia de nuestros antepasados que tantas situaciones desagradables han atravesado. Es entonces, el origen de los dos, motiva el ‘hay que seguir’ de cara a lo que sea”, reflexiona. Entre tanto, sirvió el coacheo de Gisela Gilges, la “meditación trascendental”, y en un rumbo menos tradicional, las palabras de una tal “Ana de Nordelta” y de “Charo”, quien le dijo: ‘Ari, en términos bíblicos esto se trata de una penitencia de 7 años. Y en Astrología, un ciclo que hay que completar’”, recuerda. Si bien dice haber leído el mensaje de tal ‘enmienda’ como un ‘hasta aquí tuviste muy buenos años y tal vez no supiste valorarlos’, no olvida que, además de eso, “había gente enojada porque me había ido muy bien con mi libro”. Sí, con eso quiere decir: “Me estaban esperando”, dispara perspicaz sobre lo que, insiste, considera cierta saña. Pero, y después de todo, ya estaba interiormente ejercitado. “Yo pedí perdón, rescindí el contrato, me corrí, no hablé mal de nadie ni siquiera cuando todos me pedían que me defendiese… Porque hay momentos en que uno ya no puede hacerlo. Es peligroso estar en lo cierto cuando la mayoría está equivocada. Puede sonar soberbio, pero a veces pasa”.
Ari Paluch y Carolina Crivellini
Finalmente Paluch volvió sobre sus pies, “sin plan alguno” pero reconociendo mucho más que ese “quehacer de hormiguita” por el que está por celebrar 40 años de carrera. “Porque, más allá del cultivo espiritual, hay algo que a mí me da Dios: la persistencia”, señala. Y tal capacidad fue acompañada por “eso que me sucede al estar frente a un micrófono, cuando ya no existe nada más alrededor”. Así, sus pasos por las radios Latina, Colonia, Concepto y Rivadavia, “en las que de a poco empezaron a aparecer algunos auspiciantes y hasta la posibilidad de un sueldo”, resultaron “una gran ayuda” porque como cuenta, “me daban la razón adicional para vivir”. Paluch entendió que “todo lo que tenía sabido hasta aquí era poco”, apunta. “Perdí años, mucho dinero y reputación. Pero gané esta experiencia que sé que debía tocarme a mí. Suelo decir que ‘lo que sucede, conviene’. Y ese tránsito tuvo un propósito: ejercitar la paciencia, tener más en cuenta al otro, intentar ser menos soberbio y ‘menos imbécil’ como decía Menotti, y no perder de vista que no gustarle a todo el mundo tiene sus consecuencias, siempre habrá alguien agazapado con la intención de hacernos daño”, diserta. “Aprendí que la vida no tiene certezas ni obviedades. Que nada es para siempre. Que examen que se reprueba debe darse una y mil veces más. Que es importante querer al otro, pero mucho más a uno mismo. Y que la vida no es lo que nos pasa, sino lo que sepamos hacer con eso”.
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